jueves, 16 de septiembre de 2010

viento a Ítaca


Sólo hay tres clases de hombres, los vivos, los muertos y los que navegan, pero cualquier navegante del Mediterráneo se volverá loco si trata hoy de encajar con la realidad los nombres de los vientos que rigen en ese mar.

Según su origen, el gregal es el viento que viene de Grecia; el siroco, de Siria; el lebeche, de Libia; la tramontana, de tras los montes. El gregal es un noreste y allí no está Grecia; el siroco es un sureste y allí no está Siria; el lebeche es un suroeste y allí no está Libia; la tramontana es un norte y los montes están en todas partes. [...]

Sólo hay una isla en medio del Mediterráneo donde los nombres de los vientos responden a su dirección. Esa isla es Malta. En La Odisea se la llama Ogigia, el ombligo del mar. Allí permaneció siete años Ulises en brazos de la ninfa Calipso.

Pero en literatura el viento es una ficción. Por eso en cualquier latitud donde uno se halle, el gregal llegará de Grecia; el siroco, de Siria; el lebeche, de Libia, siempre que el viento sea una forma de poderosa locura que, unida a la marea del tiempo, al final te lleve a Ítaca.



Si los vientos más locos llevan a Ítaca, el cierzo es un billete seguro con ese destino. Si Ítaca es ese país de chaladura al que me (nos) conduce habitualmente el cierzo, permítaseme cambiar el billete.

(Por cierto, el cierzo es también el mistral -o viceversa-, que sopla del noroeste y parece por su furia que quisiera llevarse con sus ventoleras a las gentes del Valle del Ebro rumbo al Mediterráneo. Todavía no lo ha conseguido. Y no será porque no nos apetezca.)

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