martes, 19 de febrero de 2008

la soledad, a palo seco

Estamos solos, por más que nos empeñemos en disfrazarlo. Pero no queremos saberlo. Por eso resulta desasosegante verlo tan de frente en una pantalla. Porque es inevitable identificarse con alguno de los personajes (o varios). Y es inevitable reconocer los ambientes como propios. Y es duro revivir en el "directo" fílmico escenas de las que en algún momento pasado nos contrajeron el corazón en la vida real. Y que seguramente no están resueltas.


¡Qué fácil es diagnosticar los problemas y proponer las soluciones cuando se ven desde fuera y qué complicado cuando se forma parte de la historia!


¿Por qué el silencio de la película -la ausencia de una banda sonora más allá de la de la vida misma- resulta tan inquietante? ¿Por qué los encuadres austeros y directos resultan tan efectivos? (Mucho se ha hablado de la "polivisión", pero no deja de ser uno de esos recursos cuya simpleza los hace más valiosos cuando se utilizan, como es el caso, con maestría). ¿Nos hemos acostumbrado a que el cine disfrace -visualmente, sonoramente- la realidad?

La soledad. Jaime Rosales, 2007.

2 comentarios:

RMS dijo...

Por el mismo hecho de que el hombre no sabe estar solo, no sabe vivir ni aprovechar su soledad. Lo cual no quiere decir que sea un anti-social, etc.
El cine es magia, fantasía, algo irreal que cuanto más se acerca a la vida real asusta, conmueve, identifica, registra, recuerda, golpea.
Tomo nota de la peli.
Un abrazo.

senses and nonsenses dijo...

sigo sin verla, pero la tengo pendiente.

un abrazo.