domingo, 21 de marzo de 2010

narciso


Cuenta una de las versiones de la leyenda que Narciso rechazó el amor que le ofrecía el joven Ameinias. Para rematar la faena, tentó a la suerte regalándole una espada. El amante despechado la utilizó para quitarse la vida mientras elevaba sus juramentos al cielo.

No debió de ser el primer devaneo en que Narciso jugaba a romper los corazones de sus pretendientes, porque los dioses ya lo tenían enfilado. El suicidio de Ameinias debió de ser la gota que colmó el vaso. Agotada la paciencia en el Olimpo, Némesis, la diosa de la venganza, fue la encargada de darle su merecido haciéndole probar las amarguras del amor no correspondido.

El amor es ciego y Narciso cayó en sus garras al verse a sí mismo reflejado en el agua. La ceguera le impidió darse cuenta de que el agua le devolvía su propia imagen y se dedicó a seducirse a sí mismo. Pero sin éxito alguno: el castigador, castigado. La desesperación por el fracaso fue tal que el donjuán siguió los pasos de Ameinias y se atravesó con su propia espada.

Su cuerpo muerto se convirtió en una flor ensimismada al borde mismo del agua.

(Tres narcisos ufanos han sido este fin de semana los embajadores que me ha enviado la recién estrenada primavera)

No hay comentarios: