lunes, 10 de noviembre de 2008

¡bomba!

La alerta ha llegado a través de un teléfono móvil.

-¡Hay una amenaza de bomba!

Vale. Toca abandonar el edificio. Y por un momento me lo tomo con calma y hasta me paro a recoger las cosas. Pero enseguida el miedo aparece y se expande con velocidad -el miedo ajeno alimenta el propio con asombrosa avidez- y sin darme cuenta empiezo a caminar más rápido y sin darme cuenta estoy ya corriendo...

-¡Vamos! ¡Salid rápido! ¡Corred! ¡Rápido!

La cara alarmada de la agente de policía me encoge súbitamente el estómago. Y es entonces cuando comprendo de verdad que tengo que correr y escapar y correr y salir de allí y correr y estar lejos...

Un rato más tarde se sabría que, afortunadamente, todo había sido una falsa alarma.


La experiencia me ha hecho ver dos cosas:

1) Que los que no convivimos habitualmente con la violencia no estamos acostumbrados a tomárnosla en serio -digo en serio de verdad, y no sólo de boquilla. Y si no que me expliquen qué hacíamos todos, unos minutos después de la alarma, a pocos metros del edificio comentando la jugada -me atrevo a decir que, más o menos inconscientemente, esperando a que pasara algo.

2) Que el miedo inmoviliza y desarma. Y que una vez se te ha metido en el cuerpo es difícil sacarlo. Porque restablecida la normalidad, una hora y pico más tarde, ya nada ha sido normal el resto del día: no me he vuelto a sentir sobre suelo firme hasta que me he ido del edificio, como si tuviera que andar con pies de plomo sobre terreno minado. Supongo que es falta de costumbre, pero no puedo entender cómo se puede vivir a todas horas, todos los días, año tras año, con el miedo a flor de piel.

Hay cosas que creía entender de tanto verlas en los medios de comunicación. Pero siempre pasaban lejos. Hoy me he dado cuenta de que no se entienden de verdad hasta que no se viven. Y me siento afortunado por esta mezcla de sentimientos contradictorios: aparente despreocupación y miedo paralizante. Porque eso significa que, efectivamente, no estoy acostumbrado a convivir con la violencia.

(Ah, y hay una tercera cosa: que hay gente preocupada por uno; que no es que no lo sepa, pero siempre sienta bien confirmarlo. Claro que mejor que no sea de esta forma)

Viñeta de El Roto

2 comentarios:

Merlín Púrpura dijo...

Todos esos sentimientos son reales, y muchas veces los he vivido en carne propia. Pero uno se rebela y se enfrenta a la calle, a la vida diaria, a no dejarse vencer del terror y de los terroristas. El miedo de uno, unido al miedo de muchos, hace una valentía colectiva.
Abrazos pacíficos, mágicos y púrpuras.

Arquitecturibe dijo...

fuerte... muy fuerte tu relato... porque en cualquier momento puedo ser yo... y en cualquier momento puede ser realidad.
Hola.... pues pase por aqui por algun enlace y me encuentro este grandioso relato...espero regresar.
saludos desde mi lejana galaxia