Shakespeare lo tuvo claro hace ya mucho tiempo y los humanos nos empeñamos en darle la razón. ¿Qué mueve el mundo? La envidia, los celos, el ansia de poder. Sí, pero también la búsqueda del amor, la huida de la soledad, la necesidad de comunicación. Seguro que si pudiéramos aislar unos cuantos personajes de los que nos rodean y fuéramos capaces de observarlos desde fuera -en una especie de Gran Hermano a la medida particular- las historias serían siempre las mismas. Las mismas que en las obras del dramaturgo, las mismas que en esta película se entrelazan entre el teatro y la vida real. Las mismas historias aunque encarnadas en diferentes personas. Los mismos personajes -Romeo, Julieta, Otelo, Desdémona, Yago...- encajados una y otra vez en diferentes cuerpos. Dan ganas de creer en la reencarnación.
"Si en la balanza de nuestras vidas no existiera la razón para servir de contrapeso a las pasiones, la bajeza del instinto natural nos haría cometer los mayores despropósitos. Para eso está la cabeza, para controlar los impulsos, para frenar la urgencia de la carne, la lujuria salvaje, eso que tú llamas amor... y que de él no es sino un esqueje o accidente."
Y de vez en cuando, el personaje -Valentín- que desencadena todos los sentimientos, positivos y negativos, que rompe una calma que ya no se restablecerá, piedra lanzada a la aparentemente calmada superficie de las aguas, cuyo espejo esconde las turbulencias que corren debajo. Personaje que, como los catalizadores químicos, despierta las chispas, provoca las explosiones, pero curiosamente se mantiene relativamente al margen del propio proceso reactivo. Lo que no significa que salga indemne del trance.
Y la confusión de los sentimientos nuevos, de los deseos desconocidos, de la imposibilidad de explicar el deseo. Y la constatación de que Dios -o Cupido, o Eros- juega a los dados y se rie a carcajadas disparando las flechas del amor de manera caprichosa y (casi) nunca recíproca. Y no puedo olvidarme de la figura de la madre cuidadora, que desde una discreta distancia es la más consciente de la realidad de los personajes que se mueven a su alrededor.
(Buenas intenciones, buen texto, buenos actores... pero los ingredientes no terminan de cuajar y el soufflé se desinfla)
Valentín. Juan Luis Iborra, 2002.
La vida es cuando llamas
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Hubo un tiempo en que nos quisimos mucho. Pero éramos muy jóvenes y la vida
nos separó. Tuve que irme lejos y no pudiste seguirme, eran otros tiempos.
H...
Hace 4 días
3 comentarios:
¡Uffff! ¡No tengo palabras!
siempre me he dejado llevar por las pasiones y los deseos. así me va...
chulísimo el post.
un abrazo.
Y buena novela, pero la pelicula no está a la altura,
gracias por visitar la taberna del mar
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